lunes, 28 de agosto de 2017

Video Iñao, donde la vida es verde petróleo

Entre cañones se debate el paisaje verde de las cuatro serranías del Iñao. Entre cañones se mueven, todavía a sus anchas, singulares especies biológicas. Entre cañones supo desplazarse el Che Guevara, en su incursión por territorio boliviano, y entre cañones circulan hoy los “turnos”.

Turnos les llaman a unos desvencijados camiones que hacen de transporte público, aunque esporádicamente, uno al día, apisonando el camino de por sí ruinoso entre comunidades. Ya ni las vacas los esperan: de trecho en trecho están sembradas. No tienen, los semovientes, alternativa para escapar de los bichos y la humedad. Por eso desparraman sus kilos en los cañones de esta cuenca del río Amazonas.

El Iñao es un parque con forma de corazón y solamente una esquina de su aurícula derecha se salvará de la anhelosa búsqueda de hidrocarburos a cargo de transnacionales contratadas por la estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB).

Por temor, resignación o inocultable sometimiento económico, hoy, a una temperatura extrañamente agradable para el Chaco chuquisaqueño, no todos los cañones apuntan a las petroleras. Cañones les llaman a los caminos estrechados por cerros altos y bosques profundos que custodian la última de las 22 áreas oficialmente reconocidas dentro del sistema de reservas naturales del país.

Si hablo con los lugareños, sean estos indígenas, campesinos, interculturales (colonizadores) o citadinos, pocos se atreven a cuestionar la exploración petrolera, una inminente realidad documentada y reconocida por propios y extraños sin aparente conflicto moral.

Y aunque no todos los cañones apuntan a las petroleras, la decisión gubernamental —so pretexto de interés estatal— de escudriñar en el 90.80 por ciento del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Serranía del Iñao (la mayor superficie dispuesta para la actividad hidrocarburífera en suelo protegido boliviano) tampoco encuentra muchos adalides.

Probablemente algunos sientan vergüenza medioambiental, o la típica añoranza demorada de los abuelos. Por ahora se guardan para sí la defensa de la intervención a un pulmón de la Tierra de 263.161 hectáreas que abarca cuatro provincias y cuatro municipios de Chuquisaca.

La riqueza natural de este parque es considerada “fundamental para el departamento de Chuquisaca y el país”, según consta en el Plan de Manejo del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado (PN-ANMI) Serranía del Iñao 2012-2021.

Ese documento advierte también que “la concesión Azero [para la búsqueda de hidrocarburos en esta zona] ocasiona y ocasionará en el futuro conflictos de uso entre el área protegida y la empresa nacional de hidrocarburos YPFB”.

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En nombre del desarrollo

Tres decretos supremos firmados por el presidente Evo Morales para allanar la actividad petrolera en parques nacionales y áreas naturales (algunas de ellas, además, territorio indígena) han tenido respaldo institucional de organizaciones guaraníes. “Nosotros con las 37 comunidades de la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG) Itika Guazu [municipio de Entre Ríos, departamento de Tarija] estamos apoyando los decretos para consolidar más al pueblo guaraní, para que nos puedan llegar proyectos para todas las comunidades, por eso estamos muy de acuerdo con estos decretos”, afirmó por ejemplo el dirigente Hugo Arebayo en un encuentro con el Primer Mandatario, según publicaciones de prensa de junio de 2015.

El argumento siempre es el mismo: la necesidad del desarrollo.

El director del Iñao, Guido García, me confirma que más del 90 por ciento del área protegida forma parte del contrato suscrito con la petrolera francesa Total E&P Bolivia, adjudicataria del bloque Azero, en Chuquisaca. Y si bien admite que esto representa “una amenaza”, dice también que es “una oportunidad”.

El argumento siempre es el mismo: el desarrollo.

García dice que el contrato con Total puede significar el despegue del parque y sus comunidades, de las 42 que tiene el Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) y de las nueve que se encuentran en la denominada Zona Externa de Amortiguación (ZEA).

La justificación siempre es la misma: el interés nacional.

Por más que el capitán grande (presidente) del Consejo de Capitanes Guaraníes de Chuquisaca (CCCH), Mario Andere, me diga que no autorizaron la presencia de las petroleras en el Iñao, y que anuncie que buscarán reunirse con el presidente Morales para hablar del tema (una idea postergada durante meses), no hay rebeldía —decisión contundente— sino más bien división en la etnia que nos la enseñaron aguerrida.

No parecen el “pueblo que ha resistido el proceso colonial como ningún otro”, tal cual se presenta en su página web el CCCH, parte de la APG y, por ende, de la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB), la máxima organización indígena de las zonas bajas.

Estos herederos de combativos ancestros se parecen más a los aborígenes que, obligados por las circunstancias, callaron durante décadas la servidumbre de sus familias en las haciendas de antiguos terratenientes.

No lo admiten abiertamente, pero están atrapados en un dilema: o apoyan al gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS), el instrumento político que se fundó sobre la base de las organizaciones sociales, que impulsa la actividad petrolera en el Iñao y los demás parques nacionales del país, o defienden la tierra de sus antepasados.

En Internet hay un texto no muy largo que Marc Gavaldà titula así: “Tentayape, cuando un pueblo dice No”. Salvo esa comunidad de férreos protectores de lo suyo, los demás guaraníes se debaten entre el disenso y la aprobación a cambio de favores.

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Por los cañones

A lo largo de cuatro días penetro los verdes cañones en distintos momentos, con tres compañías diferentes: primero, junto a cinco mburuvichas (capitanes guaraníes); luego, con el director y un técnico del parque Iñao; por último, con la guía de una exguardaparque devenida en apicultora, el emprendimiento de moda en el Chaco chuquisaqueño. Nos movemos por las venas del corazón denominado Iñao.

En las oficinas del CCCH, en Monteagudo —una población ninguneada en la Wikipedia—, las puertas se abren fácilmente para visitar las comunidades de la zona de Rosario del Ingre.

Por el “cañón del Ingre” —como le dicen los mburuvichas, la mayoría jocosos y no por eso menos sensibles a la investigación periodística— se ingresa sin problema. Todo lo contrario de lo que ocurre con Tentayape, el único reducto guaraní que se salvó de la aculturación.

Los tentayapeños son los caprichosos que les bajaron el pulgar a las petroleras.

Llama la atención el respeto que los capitanes de la máxima instancia de esta nación indígena en el departamento, la CCCH, les tienen a las autoridades tentayapeñas. Estas hacen valer un extraordinario poder soberano con un encierro territorial casi total, incluso, para los guaraníes que no son ellos.

“Hace meses que les hemos pedido permiso para entrar a su comunidad y hasta ahora no recibimos respuesta”, comenta con nerviosidad uno de los capitanes mientras viajamos hacia el sur, esquivando las vacas del camino, en una camioneta que, después me confesaría un exdirigente, es regalo de una petrolera.→

→Pasamos por alguna que otra hacienda que antes perteneció a los patrones y ahora está en poder de los “Iyambae” (‘libres’, ‘sin dueño’, en guaraní), es decir, de los resarcidos descendientes de los esclavos o semiesclavos, como morigeran los organismos internacionales de Derechos Humanos.

Hoy, los guaraníes que han logrado zafar de la opresión de los hacendados, es decir los que no continúan sometidos a formas contemporáneas de esclavitud en el Chaco, son amos y señores en las mismas casas donde antes los sojuzgaban. No es ironía, es reparación de la dignidad.

Salvo en el impenetrable Tentayape, las costumbres se van perdiendo inexorablemente. Esto lo confirman ellos mismos.

Bailón Guzmán, un guaraní de Charagua Norte (región de la provincia Cordillera, departamento de Santa Cruz) que es profesor de primaria en el colegio San Jorge de Ipati (Huacareta, Chuquisaca), dice que “Carnaval ya no se ha hecho. Antes era una semana en esta zona pero ya nada, silencio [hubo en] el Carnaval aquí”.

El idioma sobrevive a pesar del invasivo castellano: hablan casi todo el tiempo en guaraní. Incluso entre niños, que asisten a un colegio donde el alumnado completo pertenece a esta nación indígena.

En el recorrido nos cruzamos con una sola mujer que muestra vestimenta de rasgos típicos: polera verde claro, falda rosa y collar tejido en filas de hilos azul, blanco, rojo, marrón, celeste.

Desde el hombro le cruza por el pecho un tiro del que cuelga una bolsita también de hilo, pero a rayas verticales. En las orejas lleva dos pendientes que terminan en flecos azules, rígidos. De estatura baja y piel tostada natural, le calculo unos sesenta años.

No usa vestido suelto de colores metálicos; aun así, parece un lunar entre sus coterráneos, la mayoría de jeans y varios con camisetas de clubes de fútbol nacionales y extranjeros y zapatillas que son copias chinas de multinacionales norteamericanas.

La tierra, la Madre Tierra

En Ipati, adonde llegamos después de cuatro horas de traqueteado viaje, el pueblo guaraní se alista para una reunión extraordinaria. La comunidad estaba esperando a los mburuvichas para comenzar.

Tienen previsto tratar el conflicto con unos vecinos (antiguos patrones) a quienes los comunarios acusan de haberse apropiado de unas tierras que era un obsequio nada menos que del presidente Morales, indígena como ellos pero de las tierras altas.

Dicen que son maderables, esas tierras, por lo tanto económicamente importantes.

—Ya tenemos titulado ya, ¿y qué pasó? Los propietarios colindantes vinieron y nos dijeron: ‘pucha, han medido mal nuestro terreno, nosotros entre vecinos no queremos tener problema’. Así nos dijeron, nos han charlado bonito y ahí está, nos han hecho pisar (el) palito; nosotros no deberíamos aceptar porque era regalo del Presidente —me cuenta un guaraní en voz baja porque la reunión está en pleno desarrollo.

Nadie me había hablado con tal soltura hasta este momento.

—El Presidente nos regala 5 hectáreas, ya teníamos nuestro límite, ellos [Kadaster, empresa holandesa a cargo del saneamiento de tierras] midieron y otras 50 hectáreas se ha entrado la propiedad, han medido 50 hectáreas más a favor de nosotros. Eso ha sido regalo del Presidente, (pero) se habían entrado a nuestro terreno —agrega el hombre extrañamente abierto a la conversación llana.

Después, me explica que miembros de la familia Chávez (el apellido con el que identifica a los vecinos del pleito) “nos han convencido, ellos ya han hecho un escrito, un documento por demanda [judicial], hasta que le ha hecho firmar al capitán [de Ipati] saliente”.

En la reunión zonal, que les tomará tres horas de largas intervenciones individuales, participan unas cincuenta personas, la mayoría adultos. Tres adolescentes varones y mujeres junto a sus hijos pequeños escuchan atentamente. No hay un solo abogado asesorando a los comunarios.

La insustituible coca verde

El paisaje es verde. El cerro de acá y de más allá es verde. La copa del árbol, la hoja, la flora del bosque es verde. La insustituible coca es verde. El petróleo, también es verde.

En el camino, en la camioneta, dos de los tres mburuvichas hablan libremente, distendidos, en guaraní, con la tranquilidad de saber que no les entiendo. Yo decido seguir con el juego de extranjeros en propia tierra y pregunto telegráficamente, procurando marcarles el paso también en picardía:

—¿Esta es coca Yungas o Chapare? —La de los Yungas, en las montañas subtropicales de La Paz, es la considerada “legal”. No así la del Chapare, en los valles de Cochabamba, cuya producción en su mayoría, según diversas fuentes, se desvía al narcotráfico.

La bolsita va desanudada entre el conductor y el acompañante. Pero todos se sirven de ella durante el trayecto.

El tercero de los capitanes va con la mirada fija en el paisaje y abre la boca solo lo necesario, últimamente nada más que para sumar alguna hoja verde o para tomar sorbos de alcohol con agua que circula por el vehículo en una botella plástica.

A la pregunta de si es coca de los Yungas o del Chapare, el más hablador de los tres, Heriberto Ruiz, responsable del área de Tierra, Territorio y Recursos Naturales del CCCH, responde con su conocida jocosidad:

—Coca Ñaurenda (el nombre de una comunidad de la zona).

De vaqueros y tigres

Heriberto, mantecoso de piernas cortas y sonrisa fanfarroneada, cuenta historias de vaqueros que mataban tigres. Él habla de “tigres” y de “leopardos” pero en rigor son pumas, los que en estas tierras se conocen como “leones andinos”.

—Hay vaqueros que son buenos para eso; así, sin armas, con perros nada más. Antiguamente, los patrones los mandaban a ellos, por eso es que los ganaderos, los propietarios, tienen hartas vacas. Ahora que ya se murió el liderato, como ellos no las cuidan como cuidaban los vaqueros, no tienen paciencia. No manejan bien su ganado.

—¿Y ha comido la carne del tigre?

—¡Rico había sido, che! Hemos preparado che, con ají colorado. ¡Rico es!

Esta anécdota muestra una de las particularidades más evidentes del guaraní: su valentía, su carácter guerrero. Luego, el arraigo: no se separa fácilmente de los suyos.

Entre sus características negativas se cuentan el machismo (principalmente en la clase dirigente, en la que —coinciden dos mujeres de la ciudad— un guaraní puede llegar a tener varias parejas, a diferencia del comunario de base) y el consumo de alcohol (como dicen los citadinos en tono de señalamiento, el “doble A”: alcohol y agua).

El petróleo del Iñao

Estamos en la comunidad Azero Norte, a 36 kilómetros de Monteagudo. Llegamos hasta el río Azero, el límite natural con el municipio de Padilla, provincia Tomina de Chuquisaca, donde una niña juega a tomar las riendas del negocio de su padre, que ofrece el servicio de traslado de un lado al otro en una lancha.

La niña muestra una desenvoltura tal que deja la impresión de estar caminando sobre las aguas, en cuyos márgenes ha comenzado a moverse la empresa petrolera Total E&P Bolivia, una francesa en territorio boliviano.

En este lugar, el director Guido García me informa que el parque nacional y área natural protegida tiene un Comité de Gestión con diez representantes; actualmente está presidido por una indígena guaraní.

Él admite que el comité ha sido informado de la actividad hidrocarburífera en el Iñao y no se opone a ella, pero —aclara de inmediato— hará cumplir la normativa vigente. García gestiona proyectos amigables con el medioambiente.

La posición gubernamental es clara respecto a todos los parques del país:

“...esa franja gasífera y petrolera con seguridad ha sido conocida […] hace más de 20 o 30 años y no por casualidad, en una buena parte de esas zonas altamente petroleras y gasíferas, se han ido declarando parques, para que no los exploremos, para que guardemos seguramente para alguien”, dijo el vicepresidente Álvaro García Linera durante la inauguración del III Congreso Internacional Gas y Petróleo, el 2013, en Santa Cruz. Y agregó:

“Está bien que tengamos parques [...]. Pero eso no significa que nos vamos a quedar viviendo como→ →hace 400 años o como hace 300 años para dejar esa riqueza para de aquí a un tiempo vengan otros, que no vamos a ser los bolivianos, a usar esa riqueza”.

Alguien que defiende el respeto a las normas internas recuerda que “según la literatura, en el parque nacional no se tendría que chaquear, no se tendría que explorar ni hidrocarburos ni nada. Es intocable el parque nacional, no se puede hacer ninguna actividad, no puede intervenirse ese lugar. Pero eso lo va a hacer el Gobierno con la petrolera”. Entonces, a continuación, marca una diferencia importante:

“El área natural de manejo integrado es donde se pueden realizar actividades agrícolas moderadas y actividad pecuaria: producción”.

Sacarle la madre a la tierra

“Políticas extractivas para sacarle ‘la madre’ a la tierra”, es el título escogido por la revista PetroPress, en el número 31 (marzo-junio 2013), del Centro Documental e Información Bolivia (CEDIB), para aludir a la explotación de la Pachamama (“Madre tierra”, en quechua).

“En los hidrocarburos se decidió ampliar las áreas otorgadas a las transnacionales derribando las áreas protegidas y los territorios indígenas”, se advierte allí, en el último párrafo de la nota editorial.

Entre los artículos contenidos en esa publicación, Georgina Jiménez, coordinadora del Área de Investigación de los Recursos Naturales del CEDIB, da cuenta de que “el área total de interés petrolero del país es de 53.500.000 has. De ella, el actual Gobierno ha dispuesto 24.777.543,40 has para la actividad petrolera. Esa superficie equivale al 22.55% del territorio nacional, que cuenta con 109.858.100 hectáreas”. Jiménez señala además:

“Paradójicamente en el marco de una política que afirma haber nacionalizado los hidrocarburos y devuelto la dignidad y soberanía nacional, el actual Gobierno ha dibujado y redibujado constantemente el área a disposición de las empresas hasta multiplicar por 8 la frontera hidrocarburífera de finales del 2006 e inicios del 2007 y extender en abril del 2012 su superficie de poco menos de 3 millones de hectáreas a más de 24 millones de has que equivalen al 22,55% de todo el territorio nacional”.

El mismo informe agrega que los territorios indígenas de la región del Chaco boliviano, que se extiende sobre los departamentos de Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija, han quedado “todos, sin excepción, con áreas petroleras superpuestas, lo que implica que el 100% de los territorios indígenas del Chaco han sido afectados”.

“No hemos autorizado”

A Mario Andere, el capitán grande, le consulto si su organización analizó y aprobó la presencia de las petroleras dentro del Iñao.

“Específicamente no hemos autorizado porque son parques […] nosotros en ningún momento, como Consejo de capitanes, hemos autorizado el tema de la presencia de las petroleras. Sí se ha negociado, pero en otras capitanías donde no tenemos parque, o sea reservas [naturales]. Jamás nosotros hemos autorizado el tema”, me responde.

En cuanto a la normativa que autoriza la exploración en las áreas protegidas, Andere me confirma que la dirigencia nacional de los guaraníes busca reunirse con el presidente Morales para plantearle la posibilidad de “cómo se mejora el decreto. Sabemos que en algunos artículos dice eso y lamentablemente ha habido algunos dirigentes que se han prestado para aprobar esos decretos supremos”.

En la misma línea discursiva se maneja Fermín Flores, ejecutivo de la Capitanía del Ingre, que en otra entrevista me dice que “el convenio [con la petrolera] ya está hecho, pero, como pueblo guaraní, no vamos a dejar que se entren sin consulta”.

Un detalle: el convenio ya está hecho, como bien lo reconoce él. E incluye “compensaciones” ya materializadas: hasta donde se sabe, una camioneta por aquí, una oficina por allá.

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De consultas y compensaciones

Cecilio Tardío Chávez, 39 años, guaraní, pertenece a la primera promoción de bachilleres del Ingre, uno de los cañones de esta zona verde como casi todo por aquí.

Él es profesor en el Centro de Educación Alternativa (CEA) y tutor de casi 50 adolescentes internados en San Jorge de Ipati. Y a él le pregunto si asistió alguna vez a discusiones comunales respecto a la incursión de petroleras en territorio indígena:

—He participado en las consultas —alude con una sonrisa al proceso de consulta y participación impulsado en 2015 por el Ministerio de Hidrocarburos y Energía para el proyecto “Exploración Sísmica 2D, Huacareta Área Norte”, que concluyó con la firma de un acta de validación de acuerdos.

—¿Cuál es su posición? —inquiero.

—(El trabajo de las petroleras) tiene sus cosas negativas y positivas. Por la compensación, ¿cuánto hemos recibido? ¡tanta plata! Pero lo hemos echado a perder y desde ahí ha empezado la división; eso es lo que divide, las empresas. Aparte de eso, con la presión sísmica que hacen, van enterrando los ojos de agua, las aguas se hacen turbias, no aclaran; esos defectos los estamos pagando ahora. Eso hacen las empresas.

—¿Qué compensación recibieron? —vuelvo a preguntar.

—En efectivo hemos recibido, hace tres o cuatro años.

—¿Y qué dicen de que más del 90% del parque Iñao esté comprometido para la actividad petrolera?

—En realidad, ese tema todavía no se ha tocado. Tal vez las autoridades, pero yo no tengo conocimiento de eso —manifiesta.

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“A mis hijos les hablo”

Cecilio me confía que su familia sufrió mucho. Como Bailón, como casi todos los que se abren conmigo olvidando su aprensión a la grabadora:

—Todo esto era potrero del hacendado, aquí eran esclavizados mis abuelos —dice el profesor de primaria del colegio de la zona, aunque él nació en Charagua Norte. Tiene un dejo de nostalgia, como una tristeza generacional que no puede disimular.

Nada que ver con un compañero suyo en el colegio de Ipati, el paceño Diego Sánchez, que con 25 años de edad está a cargo de alumnos de entre 13 y 17. Él es puro presente y futuro.

Bailón en cambio es, sobre todo, pasado:

—Mi papá siempre nos hablaba, y yo también a mis hijos les hablo.

¿Sobre qué les habla? “Sobre cómo era antes”.

¿Y cómo era? “No era como ahora, que tenemos educación. Mi papá no tenía la posibilidad de estudiar; apenas ha estudiado hasta cuarto o quinto básico”.

Con su misma carga, de un pasado peor, Cecilio es todavía más contundente:

—Yo he visto que mi papá ha vivido la época de las haciendas y los patrones. Mi papá era capataz, pero he visto cómo la gente era esclava: los trataban como animales. Ellos no tenían derechos, solamente trabajar y obedecer (podían). •

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* Usted puede acceder al contenido completo de este reportaje de ECOS (con varias notas de apoyo, más gráficos, entrevistas y videos) en las ediciones digitales de CORREO DEL SUR y EL POTOSÍ.

Haciendo patria por casi nada

No muy lejos de San Jorge de Ipati, en el cantón Angoa, municipio de Huacareta, también se buscó petróleo.

Ronny Chávez es un adolescente de 17 años que por entonces tenía 11 y hoy, en el camino de retorno del colegio a su casa, me asegura que con sus profesores nunca hablaron del tema de la actividad petrolera en territorio guaraní.

Cursa el sexto de secundaria, su último año antes de ir al cuartel militar, como es su deseo, y luego a la universidad. Esto será en Sucre, en Monteagudo o en Camiri, ciudad intermedia de Santa Cruz.

Angoa es una de las localidades alejadas, junto con Anguaguasu, en el radio de acción del doctor Percy Leniz Pari. Este joven médico potosino trabaja desde hace dos años en la posta sanitaria de Ipati del Ingre, otra comunidad guaraní.

Con la “carpetización” individual realizada por él y una auxiliar de enfermería, el único personal de este modesto puesto de salud ubicado a cuatro horas de accidentado viaje desde Monteagudo, en el municipio chuquisaqueño de Huacareta, pudieron establecer que ambos cargan sobre sus espaldas el bienestar de 543 habitantes.

Percy Leniz, de carácter sereno, no espera sentado la llegada de sus pacientes: el 70% de su tiempo lo ocupa en “visitas familiares” (atiende a las poblaciones de tres comunidades: Angoa, Anguaguazú e Ipati).

Mientras me muestra sus carpetas ordenadas con esmero de colegial, y después me cuenta que yendo a los hogares incluso puede entablar conversaciones educativas personalizadas, se me figura ese individuo sin rostro del que tantas veces hablamos sin conocerlo: el boliviano que hace patria en condiciones extremas y ganando casi nada.

A cincuenta metros está el flamante colegio San Jorge de Ipati, donde, salvo los hijos de los docentes, todos los alumnos son guaraníes.

“Ellos hablan netamente el guaraní, tenemos educación bilingüe, todo es en su idioma y a partir de cuarto de primaria comenzamos con la segunda lengua, el castellano”, dice Lidio Colque, su director. Él también administra el Centro de Educación Alternativa (CEA).

“Para atenderlos”, complementa, “tenemos seis profesores bilingües [de un total de 16], no hay más. Estamos aprendiendo [guaraní], es complicado, la pronunciación cuesta”, reconoce con humildad.

El colegio fue inaugurado a fines de noviembre de 2016 por el presidente Evo Morales, pero, según Colque, “no lo han hecho del todo bien; en los baños, por ejemplo, tenemos chorreras”.

Además, les falta mobiliario y los chicos pasan clases apretados en algunos de los cursos; esperan pacientemente, porque no tienen más alternativa, el cumplimiento de un compromiso municipal de que se les entregarían los bancos que necesitan para estudiar.

Esta unidad educativa congrega todos los días a 180 alumnos de los niveles inicial, primaria y hasta sexto curso de secundaria. Algunos caminan alrededor de 5 kilómetros diarios.

Para ellos hay 16 profesores, más el Director. “Éramos 18, pero se nos están reduciendo los ítems por falta de estudiantes. Han reducido mucho porque no funciona ya el transporte escolar, se ha hecho un recorte en los municipios”.

Casi 40 estudiantes de comunidades vecinas hacían uso de ese transporte, desde distancias de 15 kilómetros o más. Obligados por la circunstancia, “muchos se han ido al Ingre o a Monteagudo, otros van al internado”, me explica, con resignación, Colque.

'Don Boni', un líder nato en un pueblo de niños y de longevos

A Don Boni lo he perseguido todo el día. “No es tiempo”, me esquiva. 'Don Boni', como lo conocen todos, es alguien respetado en la comunidad guaraní, un líder nato. Con 52 años y una sonrisa que denota picardía y a la vez generosidad, Bonifacio Rivera Chávez ha ocupado cargos importantes en su vida de dirigente indígena y en San Jorge de Ipati, desembocadura de uno de los cañones, el del Ingre, cualquier pregunta es redirigida a él. Por sus conocimientos de largo alcance, según ellos. Yo creo que por respeto.

Mira al piso, Don Boni. Es un hombre cabizbajo. Medita hasta cuando bromea. Hasta cuando no medita nada. Hoy enfundado dentro de una camiseta de The Strongest (él dice que por casualidad, que se la obsequiaron, que tiene otra del Bolívar y algunas más de clubes internacionales) es el depositario de la palabra que todos escuchan y lo demostrará más tarde en una reunión zonal que, de no ser el tinglado del colegio, hubiera acabado con las cabezas de los participantes rajadas por el sol. Don Boni, invariablemente, como todos, masticando coca, es también la persona de las historias para contar a los recién llegados:

“Una vez llegó un gringo músico”, comienza a contar para mí y para los suyos, que le atienden como si escucharan la historia por primera vez. Estamos reunidos en torno a un rústico pedazo de madera que hace de mesa al aire libre, debajo de un cobertizo. Son las 10:30 y desayunamos café con humintas, en chala y sin la envoltura de la mazorca. Más tarde almorzaremos lagua de choclo con choclo. “El gringo llegó a la oficina de Monteagudo”, dice Don Boni, que toca el violín.

—Estoy buscando a tal persona.

Lo buscaba a él.

—Yo soy —le digo—. Era el tiempo de los Cuerpos de Paz. Lo traje aquí. En ese tiempo todavía funcionaban los teléfonos a cuerda y le he dicho, me acuerdo, que si quería podía llamar a su país.

Ahora en la comunidad de San Jorge de Ipati, cantón Rosario del Ingre, municipio de Huacareta, solo hay un teléfono público y de los antiguos. (Durante mi estadía, de pronto aparece una camioneta de Entel y un empleado de la estatal de telecomunicaciones me dice que había recibido la orden de conectar el servicio de telefonía celular en esos días. Y que como no había tendido eléctrico hasta la antena, que está a unos cien metros del tinglado, para cumplir la orden, entretanto, colocarían paneles solares).

Reconozco en el común del guaraní un carácter jocoso, aunque me cruce de vez en cuando con algunos rostros avinagrados (un hombre pasa con un plato de lagua en la mano y de soslayo se manifiesta en contra de la presencia de un periodista en la comunidad. Y si lo dice en castellano, pudiendo haber escogido el idioma materno, será para que lo tenga yo bien claro).

Chuquisaqueños al fin, en el cañón del Ingre son propensos a la ocurrencia de los apodos. 'Caure', le puso Don Boni al gringo músico, por chiquito. “Así se ha ido, ‘Caure’, como el pajarito”, sonríe mostrando un poco del blanco de sus dientes carcomidos y del verde de la coca masticada. Caure, el ave de paso, se fue y no ha vuelto más.

Antes, dijo que Caure no quiso llamar por el teléfono a cuerda, pero sí grabó un video en un sistema que no recuerda y que alguien de la comunidad le sopla erróneamente (era imposible para la época) socorriendo a su memoria esta vez huidiza: no muy convencido (y hace bien), sostiene que el pajarito mandó las imágenes en las que ambos hacían música, a Estados Unidos, por WhatsApp. Y después se emociona, más o menos, recordando que el gringo volador le regaló un violín.

Después rememorará cómo hasta Ipati llegó otro “periodista gringo”, del Bolivian Times, en bicicleta. Y que “el Príncipe de Dinamarca tenía que llegar hasta aquí, pero no ha llegado, ha llovido fuerte y hasta Monteagudo nomás”. Eso sí, “el que llegó hasta aquí fue el Presidente (del Gobierno) de Navarra y la Embajadora de Inglaterra, en el 96. Ella nos dijo: ‘Quiero ir a visitarlos, pero no quiero que avisen a nadie, ni al Prefecto’. No hemos avisado a nadie”.

—Usted tiene buena memoria —le digo para lisonjearlo un poco y darle manija. Pero…

—Cuando no tengo coca, no quiero hablar. ¡Y no veo tampoco! —risotada general.

Después, cambiamos de tema. Mejor.

—¿Qué música toca en el violín? ¿Algo de su pueblo, de creación propia?

—Sí, pero depende, si están puro 'karaï' ('señor', término que refiere al hombre blanco), te lo toco chacarera, merengue, rock…

“Salsa”, le dicta una mujer y todos vuelven a soltar una carcajada. Asegura que también rasga la guitarra y empuña el erque y el caño.

UN PUEBLO DE LONGEVOS

Pasa un anciano que a simple vista se le podrían calcular por lo menos 90 años de edad.

—¿Puedo hablar con él?

—¿Cuánto me pagas? —dice el más atrevido de mis interlocutores, de unos treinta y cinco años. Él también es capitán, lo que significa que fue elegido por su comunidad para que la representase en el Consejo de Capitanes Guaraníes de Chuquisaca.

Un poco en broma, un poco en serio, la alusión a la recompensa económica es permanente.

Tal vez porque no tengo coca para regalarle, Don Boni evade mi interés por conocer a doña Amalia, su suegra que, según el médico de la zona, Percy Leniz, tiene 101 años. A ella la persigue en edad otra mujer de más de 90. Pero el mismo Bonifacio Rivera Chávez, todo un personaje en este pueblo de longevos, le baja el perfil a la suegra confiándome que en Huacareta tiene un tío de 110 años.

De los cuarenta y cinco ancianos que atiende el doctor Leniz, veinticuatro corresponden a Ipati. “A su edad, deberían estar con enfermedades no transmisibles como hipertensión, diabetes o artritis, pero solo el 1 % de estas personas tienen esos males”, confirma el galeno de la posta sanitaria.

—¿La clave de su longevidad está en la comida que consumen?

—Sí, yo pienso que es por la alimentación que recibieron desde un principio. Ellos comen, sobre todo, cumanda blanca (poroto) y maíz, después papa, yuca. Aunque estamos en el Chaco, no se come mucha carne en este sector —responde Leniz.

Hay muchos niños y muchos ancianos. Pocos jóvenes. Estos no aguantan mucho tiempo sin conocer la dignidad económica de las ciudades más próximas: Monteagudo, Camiri, Santa Cruz, Sucre, y tarde o temprano parten en busca de oportunidades de trabajo. Cuando vuelven, de visita, sienten que no han perdido sus raíces, pero el dinero ahorrado no sirve para evitar el asalto de la transculturación.

Cecilio Tardío Chávez (39) estuvo en la primera promoción de bachilleres del Ingre: “Hemos salido ocho y son pocos los que estamos apoyando aquí en la zona, la mayoría se ha ido a otros lugares. Faltan muchas oportunidades y por esa razón los jóvenes se van a las ciudades, en busca de trabajo”.

A todo esto, ante la expectativa de unos diez o quince de sus más fieles escuchadores, que no se le despegan para nada, como no queriendo desperdiciar minuto de él, Don Boni, con la polera del Strongest ya no por azar sino por “cazador de tigres”, me ha pedido amistosamente que nos sentemos en un pedazo de césped, al lado del tinglado donde cuatro changos pelotean felices con la inscripción de fondo en la pared: “No a la droga, sí al deporte”.

Entre los guaraníes, entre los chicos guaraníes —que a veces son chicas también—, la felicidad tiene un rostro global, de balón de fútbol.

El dilema de los guaraníes

La actitud por momentos pusilánime de los guaraníes con la industria extractivista de recursos naturales en su territorio, incluyendo el que se halla dentro del Iñao, podría explicarse por la moderna idea de desarrollo en ese sector.

Hay en esa idea ligazón con un dilema clave: deben decidir entre apoyar al instrumento político que se fundó sobre la base de las organizaciones sociales, el Movimiento al Socialismo (MAS), cuyo gobierno impulsa la actividad petrolera en el Iñao y los demás parques nacionales del país, o defender la tierra de sus ancestros.

En Chuquisaca, este pueblo indígena está asentado en las provincias chaqueñas de Luis Calvo y Hernando Siles y el mburuvicha Federico Gutiérrez, secretario de Producción de la CCCH, calcula que unas 1.000 personas de su etnia viven al interior del área protegida, cuyas serranías atraviesan los municipios de Villa Serrano, Padilla, Monteagudo y Villa Vaca Guzmán.

Por allí, humildes comunidades limitan con el próspero departamento de Santa Cruz.

Los guaraníes integran la base social del instrumento político que sostiene al presidente Evo Morales en el poder, aun después de las desavenencias del Gobierno con los aborígenes de las tierras bajas por la insistencia oficial de construir una carretera en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), geográficamente situado entre Beni y Cochabamba.

Para algunos nativos la política de ampliación de la frontera petrolera, al punto de afectar casi la totalidad de un parque exuberante como el Iñao, contradice la filosofía de su pueblo —conocida como Ivi Maraei o ‘Tierra sin mal’— de mantener una relación integral con la tierra y los territorios más allá de lo productivo y lo económico.

Alguien que los conoce bien porque trabajó varios años con ellos asegura que pesa sobre sus espaldas una histórica carga emocional desde que su líder, Apiaguaiki Tumpa, torturado y sacrificado durante los tiempos de la República de fines del siglo XIX, fue traicionado por otro guaraní.

Tras su muerte, comenzó el sometimiento a los hombres y mujeres de su pueblo.

Siendo naturalmente cazadores y recolectores —cuando no pescadores—, con el paso del tiempo fueron aprendiendo a criar vacas y a sembrar productos agrícolas.

En la época del incario tenían conciencia minera. Ahora, a tono con la frescura de la practicidad, eligen ver a la tierra llanamente como el lugar donde van a cazar y a recolectar.

Que tienen choques permanentes con los quechuas y los interculturales, me dice mi fuente. Que son “ladinos” y por eso hábiles para los arreglos sociales: “te llevo hasta tal lugar, pero me pagas la gasolina o me regalas coca”; “te permito que perfores la tierra en busca de petróleo, pero me das algo a cambio”.

En la serranía del Iñao, a pesar del avance de la apicultura, las principales actividades económicas continúan siendo la agricultura y la ganadería.

No obstante, los apicultores se muestran más convencidos que los originarios de que la actividad petrolera afectará el medioambiente. Sostienen que la perforación en busca de gas natural perjudicará la vida de las abejas.

“Somos protectores de la naturaleza”, me remarca un comunario.

Los Zilveti, promotores del área protegida

Patricia Zilveti, hoy emprendedora del sector de repostería, un día supo que solo dentro de la política conseguiría cumplir el sueño familiar —especialmente de su padre— de que el Iñao sea declarado “área protegida”.

“El único modo de que logres el área protegida es estar en un punto de decisión, sea política o de cualquier punto, pero de decisión. Si te animas, metele y nosotros te vamos a ayudar”, le dijo su marido y así fue que llegó a ser concejala.

Aclara que, como no le gustaba la política, nunca llegó a inscribirse en ningún partido. “Mi único objetivo era lograr el área protegida, nada más”, me cuenta en su repostería ‘Witimimbo’, en la ciudad de Monteagudo, casi 20 años después.

Por entonces, ella formaba parte de un grupo de defensa del medioambiente denominado ASE. “He trabajado como 15 años por nuestra comunidad. Mi esposo era el que solventaba mis caprichos de ir por el monte; él nos llevaba, nos dejaba trabajando allá”, recuerda con nostalgia.

Me comenta que “en esa época ya había los rumores de las prospecciones, decían que en el Iñao había petróleo, pero no había ni intenciones de hacer ni caminos ni nada para eso”.

La lucha de los activistas se centraba en el desmonte, ni siquiera por la madera: “la gente terminaba quemando los montes y hacía potreros”.

Entonces, “con jóvenes íbamos a donde estaban cortando las maderas y les enseñábamos a hacer muebles; en vez de que quemen su madera, hacíamos muebles rústicos. No era solo de palabra que les enseñábamos”.

Luego impulsó el proyecto “Patrullas Ecológicas”, de formación de jóvenes líderes, que sobrevivió unos años, hasta que ella se retiró de la política y nadie más se interesó por mantenerlo.

Ahora, justamente en estos días, la misma Patricia está reactivando a los “Patrulleros de ASEO Monteagudo”. Hace mucho que esta organización no se deja sentir por aquí.

ASEO tiene una gran infraestructura —con teatro e incluso con biblioteca— que Zilveti dejó en manos de jóvenes capacitados para esta tarea de defensa de la ecología en la zona. Pero todo eso ha sido desaprovechado durante años…

Una decepción

Me cuenta que la última vez que entró al Iñao fue hace más o menos un año, y se llevó una decepción: “Me da pena porque el parque no está señalizado, no están trabajando… es como ir a cualquier lado y no encuentras ninguna referencia de que es un parque, de que es un área protegida (…)”.

“La gente puede ir y yo creo que si ves una orquídea, la sacas y nadie te dice nada, o que eso no está bien hacerlo. Me pareció muy poco el trabajo que están haciendo en el área protegida”, enfatiza después.

Dice que lo mismo pasa por la zona de Azero Norte, por donde también estuvimos nosotros. Allí, se explica mejor, “tampoco hay referencias de que es área protegida”. Me confirma además que “tampoco hay una promoción (turística) para visitar el parque”.

Una herencia invaluable

La mejor herencia que ha recibido Patricia Zilveti, y que ella resguarda como un tesoro, es la colección de taxidermia (técnica de disecar animales) de sus padres.

Siendo muy joven, Hugo Zilveti, su papá, llegó a Monteagudo desde Sucre como un premio de la familia por hacer sacado las mejores notas de la universidad, sin saber que esta población terminaría cautivándolo para siempre.

De madre sucrense y padre potosino, este descendiente de italianos que hicieron su vida en Potosí (“su abuelo italiano fue el primero que hizo una máquina chancadora de minerales”, me revela Patricia), comenzó una colección de taxidermia.

Luego, al casarse con Teresa Orías Balderas, mamá de Patricia, juntos continuaron la rara colección. “La llevaron por toda Bolivia para difundir lo que había en Monteagudo. Como 200 piezas de animales llevaron”. (En este momento, Patricia me muestra algunas cajas de mariposas, parte de la preciada herencia).

El inquieto Hugo Zilveti, un investigador nato, clasificaba las mariposas y, paralelamente, formaba a sus hijos en ornitología.

“Él siempre nos estaba hablando con los nombres científicos de las aves. Era chistoso porque de niños hablábamos con los nombres científicos de las aves y los amigos del barrio se reían. Para nosotros era normal decir los nombres científicos; ahora me doy cuenta de que no era normal en nuestro entorno”, se emociona Patricia.

La Ley de la República Nº 2727 Declaración del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Serranía del Iñao en Chuquisaca se promulgó el 28 de mayo de 2004. Fue un triunfo de Monteagudo (y también para los demás municipios involucrados). Particularmente, fue un premio al ímpetu de los Zilveti.

“Tuve el honor de entregarle a mi padre la ley en sus manos; era él el que quería que se haga el área protegida. Yo solamente aprendí algunas cosas; tuve que ser política durante tres años para lograr su sueño”, finaliza Patricia.




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